En los tres apartados anteriores de este tema nos hemos referidoal ciclo de transformaciones tecnológicas y sociales a las que, desde perspectivas distintas, se coincide en atribuir carácter realmente revolucionario.
Parece necesario señalar que ello va más allá incluso del impacto inmensode las
TICs, pues involucra un nuevo salto en el papel del conocimiento científico y tecnológico en general, así como, por consiguiente, de la universidad y de la educación superior. Muy esquemáticamente, en el primer ciclo de la industrialización, que se inicia con el desencadenamiento de la Revolución Industrial, el desarrollo tecnológico y productivo deben muy poco a la ciencia; ésta, en cambio,llega a desempeñar un papel mucho más importante en un segundo ciclo decrecimiento industrial, cuyos orígenes son también los de la industria basada en la I+D, o, si se prefiere, en la “industrialización de la ciencia”.
Este proceso, sugestivamente designado como “el matrimonio de la ciencia y la tecnología”, constituye uno de los aspectos más relevantes de la Segunda Revolución Industrial.
Desde cierta corriente de ideas muy influyente, ha sido considerado incluso más trascendente que la (Primera) Revolución Industrial y comparable a lo que se considera como la “Primera Revolución Económica”, la emergencia de la agricultura: “la verdadera revolución de la tecnología la Segunda Revolución Económica- [...] se caracteriza por el maridaje de la ciencia y la tecnología”.
Como quiera que sea, a partir de la segunda mitad del siglo XIX las mayores innovaciones tecnológicas pasaron a basarse crecientemente en el conocimiento científico, formalizado y sistemático.
Ahora bien, durante bastante tiempo el cambio técnico se basó, por lo general,en conocimiento científico ya maduro,sedimentado y ampliamente difundido. Ello mantuvo una separación variable, pero en conjunto notoria, entre las actividades científicas y las tecnológicas, así como criterios distintos para el reconocimiento de la investigación y la difusión de los resultados en uno y otro terreno. Podría decirse que el matrimonio de la ciencia y la tecnología constituía una pareja de tipo tradicional, con papeles bien establecidos y distintos.
En las décadas intermedias del siglo XX ello empezó a cambiar, insinuándose una tendencia que luego se expandió hasta constituirse en uno de los aspectos fundamentales del cambio técnico en el presente. En breve, las innovaciones tecnológicas más trascendentes se van relacionando cada vez más con la “ciencia de punta”, la que se está haciendo y no sólo la que está o parece ya hecha. Los plásticos y la energía nuclear ejemplificaron tempranamente esta tendencia, que luego se vio amplificada por las tecnologías espaciales, las del complejo electrónico y las de los nuevos materiales del tipo de las cerámicas y los plásticos especiales; probablemente llegue a ser aún más impactante en el mundo de las biotecnologías.
El matrimonio entre la ciencia y la tecnología ha devenido una pareja moderna, donde los roles, valores y comportamientos no son necesariamente fijos ni distintos.
Las fronteras entre ciencia básica, investigación aplicada, tecnología, desarrollo y producción no desaparecen, pero se vuelven mucho más complejas, más variados los puentes entre tales áreas y más cortos los tiempos que insume el cruzarlos en uno y otro sentido. Por consiguiente, se va des-dibujando la frontera entre, por un lado, los científicos que buscan respuestas a los “porqués” y publican abiertamente sus resultados, según los cánones académicos tradicionales, y por otro lado los tecnólogos, que aspiran aresponder a los “cómo hacer”, cuyos resultados tienen valor económico y son a menudo protegidos mediante patentes. Todo ello tiene mucho que ver con la creciente importancia directa para las aplicaciones de la investigación básica, que se va convirtiendo en factor de inmediata incidencia en la producción. Por consiguiente, se extiende el manejo reservado de sus resulta-dos y su protección mediante patentes. La privatización de la tecnología se expande hacia la ciencia.
En conclusión, se asiste a una elevación sustancial de la incidencia económica del conocimiento científico y tecnológico en su conjunto, así como a su creciente privatización.
La primera tendencia, junto con otra estrechamente interconectada, lacreciente gravitación de la educación avanzada en muy diversas facetas delacontecer social, sugieren pensar, más bien que en términos de “sociedad posindustrial” o “sociedad de la información”, en la probable emergencia deuna “sociedad del conocimiento”. En todo caso, semejante proceso parece al menos tan desigual como lo fue durante el siglo XIX la emergencia de la sociedad industrial, proceso que afectó a todo el planeta pero de maneras muy distintas, en particular, porque sólo en una pequeña porción del globo se constituyó efectivamente una sociedad industrial, mientras que en las demás regiones las sociedades seguían siendo esencialmente agrarias pero se veían integradas, de forma más o menos subordinada, a una “economía mundo” hegemonizada por las naciones industriales.
En el presente, son muy grandes las diferencias en materia de conocimiento científico y tecnológico. La inmensa mayoría de la investigación mundial se realiza en países de la “tríada” Estados Unidos-Europa Occidental-Japón y en función de agendas que reflejan los intereses prevalecientes en esos países.El Informe sobre el Desarrollo Humano ofrece ejemplos claros de esto último. La privatización del conocimiento incide poderosamente no sólo en qué se puede usar la investigación sino también en qué se investiga. Afirma el Informe recién mencionado que en la agenda de investigación pesa más el dinero que las necesidades básicas de los seres humanos.
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